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En época medieval, enterrarse en un lugar sagrado como una catedral, era considerado un salvoconducto para la salvación del alma y el descanso eterno. Así pues, una vez las obras de la iglesia estuvieron finalizadas, se construyeron numerosas capillas como suntuosos espacios de enterramiento privado. Sin embargo, no todo el mundo pudo participar de esta creencia, pues la construcción de las capillas fue, mayoritariamente, a cargo de altos miembros eclesiásticos o ilustres familias.

Una buena muestra de ello es la gran capilla que el obispo, Guerau de Requesens, hizo construir a finales del siglo XIV, y que ahora tienes ante ti. A diferencia de otras grandes capillas, conserva una abundante decoración escultórica visible en los nervios de las bóvedas superiores, con varias figuras y la heráldica propia de los Requesens. Si entras en el interior de la capilla, incluso podrás ver, al mismo obispo, pues se hizo representar, arrodillado ante la Virgen, en la clave de bóveda del tramo absidal.

Otra capilla, de dimensiones mucho más reducidas, pero muy interesante, es la capilla de Santo Tomás, pues conserva las pinturas originales más antiguas de toda la catedral, fechadas en el primer tercio del siglo XIII. En las pinturas, podrás identificar a la Virgen con el Niño, los doce apóstoles y el Cordero Místico, que hace referencia al sacrificio que Jesús hizo en nombre de todos los hombres y sus pecados.

En la parte inferior en cambio, lo que verás es una decoración de motivos geométricos, de tracería mudéjar o influencia andalusí. La presencia de este tipo de decoración se debe a que Lleida, antes de ser cristiana, fue andalusí durante más de 400 años.